Nuestro (de C, mi esposa y mío) VIAJE A SICILIA, preparado con tanto
esfuerzo y cariño, se desarrolló entre los días 11 y 26 de octubre de 2014. Al
margen de relatar un resumen del mismo en este Bloc, que llegará poco a poco en
las siguientes hojas, quisiera plasmar en ésta una serie de matices y detalles
que nos parecieron significativos o interesantes en nuestro periplo siciliano.
La
SEGURIDAD
nos acompañó durante todo el viaje. Palermo y el resto de poblaciones que
visitamos y donde pernoctamos no presentaron problemas en ese sentido. Tan solo
en Catania, la policía nos recomendó que no fuéramos por la noche a algún local
de la zona del Mercado del Pescado.
El
TRÁFICO
vehicular de Palermo debe ser desmitificado. Es verdaderamente terrible pero
dista mucho de ser el caos como lo definía una bloguera al equipararlo con el de
El Cairo. Esta ciudad, junto con alguna de la India (hasta donde yo conozco),
no tiene punto de comparación. Ni siquiera es el más congestionado de Europa
(empatado con Marsella, está por detrás de Moscú, Estambul y Varsovia). Es
cierto que en Sicilia los intermitentes están de sobra; que la gente aparca donde
quiere/puede; que las glorietas exigen una cierta dosis de paciencia mezclada
con temeridad; que se puede dejar el coche en medio de la calle, bloqueándola con
decenas de vehículos, pendientes de una gestión del conductor; que las
motocicletas se meten por los sitios más inverosímiles (y peligrosos); que…
Pero no es menos cierto que los conductores ponen todos los sentidos en la
conducción y van cargados de una dosis de paciencia mucho mayor que la que
aparentan; que si, en un momento determinado, pides oxígeno te lo dan; que,
igualmente, te agradecen que les facilites el paso; que lo ceden a los peatones
(a los decididos, eso sí) y que detienen el coche, bajan la ventanilla y te
indican, gesticulando a tope, cuando les preguntas “Corso Victtorio Emanuele?”. El siciliano no aplica la máxima
“piensa en los demás” cuando está jodiendo a una fila de conductores, la aplica
cuando él está jodido: maletas de paciencia y comprensión (pocas úlceras).
Cuando se trata del INTERURBANO la cosa es menos
dura, en general, (siempre están los días punta), pero el siciliano mantiene siempre
el prurito de habilidad y celeridad. Debe conocer la situación de los radares
porque se salta sistemáticamente los límites de velocidad y adelanta en
cualquier circunstancia (señal horizontal y/o vertical de prohibición o doble
línea continua), incluso si viene alguien de frente, si la anchura de la
carretera lo permite. Cuando yo veía a alguien utilizando los intermitentes
sabía que se trataba de un no indígena. A su favor: después de más de 2000 km.,
y aunque no sea significativo, solo supimos de un accidente: un camión que
volcó en una glorieta (presumiblemente excesiva velocidad y desplazamiento de
la carga).
Las
AUTOPISTAS,
con una longitud aproximada de 650 km., cumplen una gran misión en Sicilia. Y más de la mitad no sean de peaje. La calidad de las mismas es variable: hay
tramos impecables de trazado, firme, señalización, servicios…, mientras hay
otros muy, muy tristes (por ejemplo, existen carriles cerrados por obras durante años –crece
la hierba en ellos-). Hay que destacar el desorbitado número de viaductos
existentes en el trazado (crean molestias por causa de la cantidad y baja
calidad de las juntas de dilatación). Entre éstos y los túneles sobrepasan,
estoy convencido, el 60% del total del kilometraje. Se comenta que el motivo
reside en el particular interés de las centrales de hormigón, controladas, al
parecer, por la Mafia (¿?).
La
SEÑALIZACIÓN,
en la extensa red de carreteras de la isla, es deficitaria en bastantes casos y
también deficiente. No es nada extraño que, saliendo de la autopista y de las
carreteras muy importantes, tomes una vía siguiendo la indicación de un destino
concreto y que, al cabo de dos cruces, no sepas si continúas hacia tu objetivo
y mucho menos en qué carretera estás. Hay provincias mejor señalizadas, pero
otras… Es descorazonador que, buscando confirmación de que vas en buen camino,
te encuentres un poste con tropecientas señales de hoteles, gelaterías,
restaurantes… y nada de las Ruinas X. Lo peor es el caso de las glorietas,
incluso en carreteras de primer orden, que no presentan panel informativo
previo de distribución de tráfico; al acercarte adivinas una serie de
indicadores con nombres con letra pequeña que no consigues leer hasta que estás
dentro, lo que te obliga, muchas veces, a maniobras circenses.
C, que hacía de copiloto, lo pasaba
francamente mal: “Cuidado que te sale uno”, “atención con el que viene
adelantando”, “hay carteles dentro, no se leen, entra despacio en la glorieta”,
“a la derecha, a la derecha”…
Las
ENTRADAS
a los lugares arqueológicos y museos eran caras habitualmente. A ello hay que
agregar la imposición, en algunos casos, de comprar entradas conjuntas para
otros sitios que, normalmente, no tenías tiempo para visitar (o como en la
Capilla Palatina de Palermo, que incluía el Palacio Real con la mitad de
dependencias cerradas por motivos diversos). Para más inri, nos encontramos con
la anulación generalizada de las entradas reducidas para mayores de 65 años
(¡un palo!). El caso del acceso al Etna (funicular + autobús = 60€) fue
sangrante.
Los
APARCAMIENTOS
públicos, sin ser excesivamente caros (con la excepción de Taormina y el Valle
de los Templos), es un presupuesto a considerar. Talete, en Ortigia, costaba
10€ al día (noche), mientras que en Ragusa era gratis (al menos en octubre); la
hora en zona azul (siempre incómoda) era variable, según poblaciones, desde 70
cts. Hasta 1€.
Las
TERRAZAS
de cafeterías y ciertos restaurantes incrementaban los precios, respecto a la
barra en más de un 50%. Por ejemplo: en el Anticco
Caffè Spinatto (Palermo); en la
renombrada Focacceria San Francesco
(Palermo) podías comprar en el mostrador y sentarte en las mesas próximas,
habiendo pagado mucho menos que en la terraza; en la célebre Pasticceria Savia (Catania) una nota te
advierte de que los productos adquiridos en la barra no pueden ser consumidos
en las mesas (la diferencia de precio era muy acusada).
TOMAR
UN VINO
puede ser una grata experiencia; compartir un vino con una buena compañía, al
final de la jornada, resulta un pequeño placer que se va incrementando con la
calidad del ambiente y la magia del momento (si añadimos que Sicilia es tierra de vinos...). Una copa de vino, bien servido,
costaba en una vinatería (o similar) 4-5€, pero acompañado de una muy buena
tapa: patatas fritas o frutos secos, aceitunas aliñadas, un plato de canapés de
tomate natural o un pincho tipo bocata,… En todas las ciudades nos encontramos
(que no descubrimos; casi nunca se descubre nada) con alguna, como ya iré
relatando. Total, un verdadero relax después de subir y bajar escaleras sin fin
o pelearse con la macchina por
aquellas poblaciones y carreteras. Iré facilitando los datos de los locales
visitados, muchos de ellos considerados como restaurantes, otros como putia y todos ya descubiertos, como pude
comprobar después en TripAdvisor.
La
GENTE
ha sido lo más mejor. Al margen de los dueños o empleados de los
establecimientos de hostelería, que son parte interesada –pero que también
podrían ser unos bordes-, la gente por la calle es muy atenta. Los sicilianos siempre
atendían tus preguntas intentando ayudarte, hasta la persona más hosca no
dudaba en responder a tu educada petición. Vivimos anécdotas muy humanas y
simpáticas.
Después de un extraño clima,
el otoño avanza sin tregua.
¡Feliz lluvia para la sequía!
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