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miércoles, 30 de abril de 2014

ANTONIO SORIANO, ALGO MÁS QUE UN LIBRERO. LA "LIBRAIRIE ESPAGNOLE"




1.-La chispa…

…surgió cuando Gun, mi querida compañera de clase, quedó finalista en el Concurso de Microrrelatos de la Librería Cervantes. Leí la noticia en la Red y me apresté a comunicárselo: llevó una gran alegría (y yo con ella).
 

 
Lo cierto es que el título de su relato, “El librero de rue Clément” (*), me llevó a curiosear en Internet y encontré que en París, en la citada calle, en la esquina con rue de Seine (nº 72) había existido la famosa “Librairie Espagnole”, regentada por un valenciano exiliado en las postrimerías de la Guerra Civil Española.






2.-El librero de rue de Seine / rue Clément






Antonio Soriano Mor nació en Segorbe (Castellón) en 1913. A los quince años marchó a Barcelona, donde su hermano se preparaba para militar, huyendo del deseo materno de que estudiara para ser sacerdote.

En Cataluña creció, estudió, trabajó, conoció el mundo de las juventudes socialistas y le sorprendió la Guerra Civil. Enrolado en el ejército republicano, luchó en el frente de Aragón.





Cruzó la frontera a principios de 1939, estuvo internado en el campo de concentración de Bram (Carcasone) y después trabajó en la agricultura en la zona de Bourges. En junio de 1940 escapó hacia el sur, por causa de los nazis, y se instaló en Toulouse. En esta ciudad trabajó en diferentes oficios hasta que se convirtió en librero. En el verano de 1947 recibió una carta de la cuñada de Luis Buñuel, Georgette Rucar, donde le animaba a hacerse cargo de una vieja librería de París. Soriano aceptó el reto y se presentó allí con una maleta repleta de libros y poco más. Inició su actividad en una pequeña habitación, situada en el segundo piso del número 48 de la rue Mazarine. Al poco tiempo se trasladó al local de una vieja librería en la misma calle y a principios de 1950 se instaló por su cuenta en el definitivo establecimiento de la rue de Seine, esquina con rue Clément.






A partir de ese momento, la actividad del valenciano fue arrolladora. Se movió con esfuerzo, cariño y habilidad en el mundo del libro español (por ejemplo, compró a la Universidad de la Sorbona los derechos exclusivos de las publicaciones en castellano), tanto el editado en España, en Hispanoamérica como en Francia (él mismo se constituyó en editor).

Pero su labor no se circunscribió al mero mundo comercial, siempre trabajó con la idea de expandir la cultura hispana entre propios y ajenos. Parodiando a Machado Soriano repetía por doquier: “Mi patria es la tierra que yo labro, no la tierra que yo piso”, y aclaraba que pisaba Francia pero labraba por España porque era su cultura y su vocación. Por ejemplo, en febrero de 1959, junto con un grupo de hispanistas como Couffon, Marrast y de la Souchère, organizó un homenaje a Antonio Machado en Collioure.

Hay que tener presente que, al contrario de otros libreros escapados del régimen franquista, Soriano no conocía el oficio antes de pisar tierras galas; lo que sí arrastraba era un gran pasión por los libros, a los que conocía (había ejercido de bibliotecario) y amaba.

Tras la muerte de Franco realizó varias visitas a España, especialmente a Barcelona y Segorbe donde tenía familia, amigos y recuerdos.



En 1989 escribió Éxodos, un libro que recoge el testimonio oral de un montón de exiliados españoles. En él deja constancia de la diáspora republicana y su penuria en los campos de concentración franceses.

En 1994, se le concedió el premio León Felipe que otorga la Fundación de este poeta. El estado español, en 1996 le impuso la Encomienda de la Orden del Mérito Civil, otorgada en reconocimiento a su trayectoria profesional. En 1998 la ciudad de Segorbe le nombró Hijo Predilecto.


Es obligado citar aquí a Dulcinea Doménech, esposa y compañera de tantos avatares en la lucha continua e inacabable de este español.


Antonio Soriano Mor falleció en Paris en octubre de 2005 a los 92 años de edad. Hasta el final mantuvo siempre su compromiso con la cultura y la democracia.

En noviembre de 2008, la ciudad de París homenajeaba al ilustre librero en presencia de intelectuales, políticos y diplomáticos franceses, españoles y latinoamericanos. El acto comenzó ante el número 72 de la Rue de la Seine, y continuó, en la sede de la embajada de España.



3.-“La librairie espagnole”




Con la entrada en el nº 72 de la rue de Seine y su mayor fachada en la pequeña rue Clément, este local fue durante más de medio siglo, además de una digna librería, un referente de la cultura española en París. En la primera época era el punto de cita, además de exiliados españoles, de viajeros ocasionales o desterrados, que acudían a conocer la literatura prohibida y a respirar aires de libertad. También la visitaban destacados miembros de la élite cultural francesa. Siempre había, como postre, una buena conversación alrededor de un café.




El ambiente cálido que se respiraba en el lugar y la especial cordialidad del librero eran un atractivo para todos los visitantes. La trastienda fue testigo, además de una animada tertulia semanal durante años, de un rico y constante germinar de ideas y proyectos tanto culturales (literarios sobre todo) como políticos.





La lista de habituales a la “Librairie Espagnole” sería larguísima y, seguramente, incompleta. Valgan algunos nombres como ejemplo. Escritores franceses amigos de la España republicana: Bataillon, Camus, Cassou, Gabastou, Marrast, Proudon,…    Escritores españoles exiliados: Alberti, Arrabal, Aub, Ayala, Cernuda, de Otero, Tuñón de Lara,… “Viajeros”: Martín Gaite, Goytisolo, Matute, Vázquez Montalbán, Mesa, Santos, de Azúa, Artxaga,… Pintores y escultores: Pepillo Díaz, Baltasar Lobo, Peinado, Orlando Pelayo, Picasso,… Escritores hispanoamericanos: Roa Bastos, Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, Monterroso, Neruda, Zoé Valdés,… Políticos (de manera discreta) como Carrillo o Semprún. Y etc., etc., etc.



En 2004, las circunstancias inmobiliarias del Barrio Latino, con un fuerte incremento de alquiler, obligaron a levantar la sede, después de medio siglo largo, de la Librairie Espagnole para trasladarse a Montparnasse (7 de la rue Littré), donde no duró mucho tiempo (los hijos de Antonio evitaron que su padre conociera la noticia).




En 2008, en el homenaje parisino al fundador de la Librairie Espagnole, coincidiendo con el 60º aniversario de ésta, el embajador de España descubrió una placa en su honor frente al 72 de la rue de Seine.





En la actualidad, Sonia, hija de Antonio, prosigue su labor desde Internet.

A todos, todos, ¡feliz mes de las flores!
(a pesar de los invernaderos)


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(*)Aquí incluyo el citado microrrelato, sencillo y delicioso él. 




 EL LIBRERO DE RUE CLÉMENT


He leído desde que puedo recordar. Durante algún tiempo los clásicos juveniles aplacaron mi voraz apetito. Pero pronto tuve que hacer uso de todo tipo de artimañas para tener acceso a la biblioteca de mi abuelo paterno. Fue mi perdición.

A los 8 años, mi madre, desesperada, me llevó a uno de los más distinguidos psiquiatras de la ciudad. La visita fue un fracaso. Yo salí tal cual había entrado y mi madre, llorando, con una receta de Valium en la mano. “Es la edad, Señora. Pronto se dedicará a otra cosa”, fueron las palabras consoladoras del Dr Schwarts.

Nunca me dediqué a otra cosa. A los 22 había leído 16.487 volúmenes y entré en el Libro Guinness.  Ver el nombre de su hijo en tan prestigioso libro mitigó el sufrimiento de mi madre. Creo que fue la única vez en la vida que le di una alegría.

Un hecho que me sorprende sobremanera es que logré casarme, tres veces nada menos. La verdad es que en mi juventud estaba de bastante buen ver y mis lecturas me habían enseñado mucho sobre el arte del amorío. Pero no hay mujer que aguante un hombre como yo. Vergüenza me da admitirlo, pero hasta en los momentos más íntimos tenía un libro a mano.

Con la herencia de mi abuelo abrí una tienda de libros antiguos. En realidad no podría haber desempeñado otro oficio. Entran pocos clientes, y he podido pasar el tiempo entre estos  anaqueles, entregado a mi gran pasión. Últimamente mi única compañía es un viejo gato y Madame Pouchel, que quita el polvo y me trae un plato de caldo de gallina en los días fríos del invierno.

La señora de la limpieza encontró el cuerpo del librero Henri Demarc, de 79 años, muerto en extrañas circunstancias. “¡Fue espantoso!”, declaró. Abrí la puerta de la tienda y allí estaba el pobre hombre, tendido sobre el mostrador en un gran charco de tinta.

Gun Larsson

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Las imágenes, por orden, proceden de:

 

www.elmundo.es
propia
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