GERMEN:
Todo empezó en el Taller. Fernando, como en
otras ocasiones, nos puso como ejercicio un relato que recogiera en su texto
dos palabras. Había seleccionado al azar cinco parejas que nos dictó:
elegiríamos una de ellas e intentaríamos que la primera palabra se incorporara
al principio del relato y la segunda hacia el final.
Así, con amorío y polo, nació este
relato; el cual fue leído en público –aunque amistoso y afable, siempre público−
con motivo del “Día Internacional del Libro”. Aquí va; espero que les (os) guste.
CON SABOR A FRESA Y CHOCOLATE
−Amorío, ese rapaz sufre un amorío.
−Por Dios, madre, si apenas tiene trece años
−Lo que yo te diga –incidió la abuela−; además, a
esa edad tú también…
−¡Madre! …Y es diferente; a esa edad yo… ya era
mujer.
Lito se sonrojó, a pesar de estar solo, oculto tras
la puerta entreabierta. Con sigilo llegó hasta la ventana y por ella saltó a la
huerta. Luego corrió a encontrarse con Lara, detrás de la Casa Grande.
“¡Hola!, ¡hola!”, saludos como el primer día,
aunque, como distraídos, se cogían de la mano. No al principio, no; cuando
llevaban un rato juntos. Caminaban por el borde de la acera; ella alegre
saltando y triscando, él formalote para compensar o, quizás, porque se sentía
obligado: era el varón. Al fondo, en la plazuela, se divisaba el carrito del
helado. Lito metió la mano en el bolsillo y tocó algunas monedas.
−¿Quieres un helado?
−Sííí
−¿De…?
−Fresa y chocolate
El heladero dijo que no tenía helados de dos
sabores. Lito le pidió uno de fresa y otro de chocolate. El hombre empezó a
cortarlos pensando que iban a compartirlos. Lito le rogó si podía ahora laminar
ambos por la mitad. El otro, sorprendido al principio, quedó admirado y con
diligencia procedió a hacer lo solicitado; montó dos veces galleta-fresa-chocolate-galleta
y ofreció los helados a la pareja junto con una sonrisa. Consumieron los
helados sin prisa sentados en el bordillo, frente a la fuente. Al finalizar se lavaron
manos y boca. Después pasearon por la zona. Al atardecer, camino de la Casa
Grande, iban cogidos de la mano.
Así, tarde tras tarde, hasta que el cerdito quedó mudo.
Un día el heladero, que captó el
problema, les llamó y les invitó. “Para mi cliente más listo”, dijo a media voz,
cuando Lara ya había recogido su corte mixto.
“El final / del
verano / llegó”, cantaba el Dúo
Dinámico (*), y la Casa Grande se había engalanado para la fiesta de despedida.
El jardín parecía un hormiguero: unos montaban mesas, otros farolillos, alguien
daba órdenes y el del sonido –“probando, probando”− reclamaba atención. Lara se
presentó radiante con un vestido blanco de muselina rematado de encaje por
cuello y hombros y, sobre todo, con una sonrisa preciosa. “Mi tío me ha dado
dinero; ¿vamos a tomar un helado?”, dijo como saludo.
El heladero los vio venir más contentos que otras
veces, incluso el muchacho parecía haber abandonado su formalidad. Hombre de
oficio no se le escapó el detalle del trasiego entre ellos.
−¿Dos especiales de fresa y chocolate?
−Sí, por favor
−Aquí van. –Los cortes fueron muy generosos (en
perjuicio de quien viniera después). Lito pagó.
Acudieron a su bordillo habitual y, como siempre,
empezaron a comer muy despacio su helado y charlaron. Era su último día. Ella
regresaría a la ciudad. Había que preparar las cosas para el nuevo curso, el
colegio, las compañeras, sor Inés,… “Cierra los ojos” dijo Lito y, con esa
fuerza impulsiva de los tímidos, le dio un beso. Lara sorprendida perdió el
helado pero sujetó la cabeza de Lito y prolongó el beso. Regresaron silenciosos
con las manos sudorosas de tanta presión. “Adiós, adiós” y continuaban quietos
mirándose. Ninguno de los dos osaba marchar el primero. “Yo no sé / hasta cuando / este amor recordarás…” seguía machacando
la pareja musical del momento.
−“¡Laraaa!” −vocearon desde el interior rompiendo
el encantamiento.
−¡Voooy! Tengo que entrar.
−Bueno, yo… ¡adiós! –dijo Lito con la voz quebrada.
Y se le aguaron los ojos.
−Los hombres no lloran. –Le apretó una mano y corrió
hacia el interior.
Aquella noche de fiesta hubo bronca en la Casa
Grande: “Mira cómo te has puesto el vestido nuevo. Justamente hoy. No vuelvas a
tomar helado de ese en toda tu vida”.
Acabó el verano. Al siguiente la Casa Grande
permaneció cerrada. Lito acudía todos los días con el potrillo desbocado hasta
doblar la última esquina; luego daba una vuelta –para disimular− hasta que las
pulsaciones bajaban a su ritmo.
Pasaron más veranos, muchos. Manuel estudió
enfermería –buena madre, buena abuela y… buen tío indiano−. Coordinador de la
planta 9ª Sur, leyó un nombre en la lista de ingresos y preguntó al médico
interno. “Llegó durante la noche. Doble mastectomía radical”, respondió éste.
Y, cuando el enfermero, señalando la habitación asignada, insistió con la
mirada, el otro agregó “metástasis ósea”.
−¡Buenos días! ¿Lara?
−¿Sí?
−¡Hola! –se le escapó con tono infantil. Y ella se
sonrojó al reconocerlo.
−¡Hola! –respondió con similar tono. E
instintivamente tiró del cobertor –que le llegaba al cuello− hacia arriba.
Si no fuera por las miradas, el diálogo podría
haberse calificado como de ascensor. Terminó con un chispeante “helado de corte
no, por Dios” en respuesta a la pregunta sobre el menú.
A la hora del almuerzo le trajeron la bandeja.
Levantó la tapa y una sonrisa inundó su pálida faz: puré, pollo y… un singular
polo de fresa y chocolate. Manuel llegó un poco después. Saludó. Retiró la
bandeja con el puré y el pollo, bajó el respaldo, ahuecó la almohada, corrió la
cortina y pinchó la medicación.
−Lito,… gracias
−Ahora a descansar –atinó a decir totalmente
atragantado.
−Lito
−…
−Los hombres no lloran.
Salió, cerró la puerta con suavidad y, con el potro
desbocado, llegó al servicio donde estalló en llanto. Había comenzado la
sedación.
Mañana,
festividad de San Luis Gonzaga,
empieza el verano;
a todos, todos, feliz verano.
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(*)Manuel de la Calva (1937) y Ramón Arcusa (1936) integraron el Dúo Dinámico, el dúo musical español más famoso durante años. Fueron los pioneros del pop-rock en España, así
como del fenómeno fan en los años
60 del siglo pasado. Además de intérpretes (300
grabaciones, al menos), fueron compositores (más de 800 canciones) y productores discográficos.
Participaron con éxito en numerosos festivales de la época, llegando al cénit cuando en 1968 su canción “La, la, la”, interpretada por Massiel en el Albert Hall de Londres,
quedó ganadora Festival de la Canción de Eurovisión.
“Amor de verano” (más conocida como “El final
del verano”) fue un éxito del año 1963
AMOR DE VERANO
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El final
del verano llegó, y tu partirás, Yo no sé hasta cuándo, este amor recordarás. Pero sé que en mis brazos, yo te tuve ayer, eso sí que nunca, nunca yo olvidaré. |
Dime dime dime dime
amor
dime dime que es verdad lo que sientes en tu corazón si es amor en realidad.
Nunca nunca nunca
nunca más
sentiré tanta emoción como cuando a ti te conocí y el verano nos unió. |
El final
del verano llegó, y tu partirás, Yo no sé hasta cuándo, este amor recordarás. Pero sé que en mis brazos, yo te tuve ayer, eso sí que nunca, nunca yo olvidaré, nunca yo olvidaré. |
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