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martes, 22 de abril de 2014

MICRORRELATOS DE LENTEJAS: DE LA LUCHA PERDIDA Y DE LA EUTANASIA COMO SOLUCIÓN FAMILIAR








0.- ORIGEN

Como comentaba en mi anterior hoja De lospianos que brotan en los huertos y de las expectativas frustradas que generan−, me he ido presentando a algunos concursos de microrrelatos y, fruto de esa experiencia, incluyo hoy un par que versan sobre las lentejas y con una extensión máxima de 200 palabras.  






1.- EL INGREDIENTE IMPRESCINDIBLE
La una: sonó la campana y el tajo paró. Julián, como de costumbre, acudió a almorzar a “Casa Dora”, un mesón próximo. Por el camino iba pensando “lunes lentejas, lunes lente-jas, lunes len-te-jas… con huevo duro. Maldito huevo duro y maldita mesonera”.
Veinte lunes repitiendo:
No me añadas huevo al cocido de lentejas, no me añadas huevo al cocido de lentejas.
Es un ingrediente muy importante. Muy fresco, de mis gallinas respondía Dora con cierta sorna, mientras no paraba de revolverlo dentro de la legumbrera.
Él odiaba aquel color folclórico nadando entre la tonalidad parda y seria, casi monástica, de la lenteja.
Durante la noche del jueves hubo jaleo en el gallinero del mesón. Quizás un perro que se coló. Dos gallinas muertas, una decena medio desplumadas y el inicio de una huelga de ponedoras.
Lunes, hora del almuerzo. Rumbo a “Casa Dora”, Julián canta, más que recita: “Lunes lentejas, lunes lente-jas, lunes len-te-jas y… sin huevo duro. ¡Vivan las lentejas!”
Poco después, la mesonera, mientras coloca una fuente sobre la mesa, con un tonillo “in crescendo”, informa: ma-ca-rro-nes; no hay huevos… no hay lentejas.




2.- LA ÚLTIMA CENA

Jesús yacía tumbado sobre un jergón.
¿Qué quieres para cenar?
En otras circunstancias la respuesta hubiera sido “cualquier cosa”. Aquel día su cabeza era un picadero con mil recuerdos y todos trotaban alrededor de María, su madre.
…Lentejas, lentejas estofadas con chorizo.
La luz, cuarteada por la reja de la ventana, fue dibujando en el fondo del habitáculo. Primero, un puchero humeante sobre la cocina de carbón. A continuación, una pila de piedra cuyo grifo abierto dejaba caer palabras, enhebrando frases:
“…con poco chorizo, apenas una punta, para no engrasar demasiado,
     las hortalizas bien picadas dan sabor y a la vista solo son puntos de color,
          ¡ah!, no te olvides, media hoja de laurel,
              un poco de pimentón y…
                   sal, la justa y al final”.
Pasó una nube y borró la pizarra. Después, apareció la salita: una anciana sentada en una silla de ruedas, rodeada de un charco de sangre donde flotaba un sobre del Instituto Oncológico Regional.
Al amanecer una pequeña comitiva, con Jesús en el centro, salió del edificio y avanzó hasta el fondo del patio, muy iluminado. Allí esperaba un pelotón comandado por un oficial.

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A todos, todos, ¡Feliz día del libro!
y... ¡Buenas noches!

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