En un verano de hace años, en la playa de Piles, tuve oportunidad de ver al último “rallaor” o pescador con rall (esparavel). Dicho de esa forma suena como “el último mohicano”, “el último de Filipinas” o similar y, realmente y por suerte, no ha sido así, aunque, para mí, casi. Yo acudía a diario al citado lugar con la familia y, mientras mis hijos, aún pequeños, se peleaban con sus velas, y su madre suspiraba para que la franja de agua entre las velas y la arena no fuera muy grande, yo leía, paseaba, miraba mucho por doquier y admiraba la mar. En uno de los paseos me encontré de frente al tío Sento –permitidme la licencia-, setenta y tantos, alto, delgado, casi seco, piel curtida, sombrero de paja, camisa arremangada, pantalones cortos que fueron largos, descalzo y el rall sobre el hombro y parte del antebrazo; iba con otro paisano algo más joven, el aprendiz, con uniforme similar y que cargaba con un cubo de plástico y un pequeño capazo. Estaba parado, escudriñando la mar, las pequeñas olas que llegaban a mojar sus pies; de repente, con una energía salida de no se sabe dónde, el tío Sento avanzó un metro en el agua y lanzó con destreza la red quedando con la cuerda en la mano, el círculo de malla permaneció abierto menos de un minuto para ir cerrándose por la acción de las manos del tío Sento sobre la cuerda: de la red, el compañero sacó después un pequeño mabre plateado con listas transversales que introdujo en el cubo, bajo un cacho de saco mojado.
La RAE nos dice: esparavel. (de esparver). m. Red redonda para pescar, que se arroja a fuerza de brazo en los ríos y parajes de poco fondo.
Hoy, doce o trece años después, he podido ver otro rallaor deambulando, con el rall al hombro, por la playa de L´Ahuir. No he tenido oportunidad de disfrutar de ningún lance: no ha coincidido, en el tiempo que le he seguido a distancia, que el deportista avistara pieza alguna; no obstante, he sentido algo al comprobar que ese arte de pesca sigue vivo, una pequeña alegría que se mezclaba con el aire salobre que penetraba por la garganta y llenaba el pecho; y no era sólo eliminar una posible nostalgia (algún día hablaremos de la microeconomía).
El rall consiste en una red circular que tiene unos plomos repartidos en el borde de la circunferencia, del centro sale una cuerda, por una anilla, que permite recoger la red; el funcionamiento de cierre es posible gracias a unos tirantes distribuidos radialmente en la red, que, al tirar de ellos en la recogida de ésta crean una bolsa donde queda la pesca.
Éste es, en esencia el rall utilizado en las costas valencianas, pero, al margen del tamaño del mismo, que se mide por el diámetro de la red, existen muchas variantes, desde la evolución del material –hilo, nylon, acrílico-, forma y tamaño de los plomos, hasta grandes cambios acomodándose al tipo de fondo, mayores calados, lanzamiento desde fuera del agua, etc., que conllevan variaciones en la red, tirantes, y bolsa.
Se cuenta, cuéntase que este arte de pesca es de origen fenicio pero que alcanzó las tierras valencianas, como tantas otras costumbres, de la mano de los musulmanes; fue en Valencia donde se perfeccionó y desde donde, posteriormente, se propagó por el resto del mundo (que no es poco). Después de varios siglos, y con adaptaciones a los usuarios, al medio y a los objetivos, la pesca con rall se practica en países tan distantes y dispersos como algunos del Golfo de Guinea en África, La India en Asia, Cuba en las Antillas, Guatemala en Centroamérica, Florida en Estados Unidos o Brasil en Sudamérica. El rall recibe también otros nombres como Rayo, Tarraya, Atarraya, Tarrafa, Tarafa,…
En Valencia, al parecer, este arte se ejercitaba inicialmente de forma profesional por los pescadores de la Albufera y, también, por los cultivadores de los arrozales que capturaban mújoles, anguilas, samarugos, “fartets”, doradas, lubinas,… en los canales y acequias que alimentaban sus campos o en las bocas de entrada y salida de la Albufera; posteriormente se fue extendiendo por otros cauces y por la costa. Queda constancia histórica de esto en el Diccionario histórico de los artes de la pesca nacional, Volumen 3 (*).
La pesca con rall es una pesca realmente muy deportiva y totalmente selectiva. Por una parte, no suele utilizarse cebo, se camina mucho, se busca la pieza, se la divisa –lo que requiere habilidad-, a veces se la sigue y se la espera, se lanza la red –arte difícil- y se recoge –tampoco fácil si se quiere que no se enrede y quede casi lista para un nuevo lance- y, por otra, el paso de la malla condiciona el tamaño de la pesca y siempre, siempre, se pueden devolver vivas las piezas al agua. Ésta sería a “pez visto”, pero existen otras modalidades consideradas menos deportivas por los puristas como, por ejemplo, la pesca “a ciegas o al bulto”, cuando los lances se realizan por la noche en zonas que pueden haber bandadas de peces, o la pesca “con señuelo”, cuando se deja un pez amarrado que atrae a los otros.
En cualquier caso se trata de un arte nada fácil, empezando por saber avistar el pez en el agua, limpiamente, o por destellos, o por pequeños movimientos, o por el ritmo de las olas, o…; después estimar la profundidad, ritmo de natación y dirección –que puede cambiar fácilmente por cualquier motivo y seguro si percibe al rallaor-; todo esto en muy poco tiempo porque, rápidamente, hay que decidir lanzar la red y dónde debe caer ésta totalmente desplegada (huelga decir que, en la acción, la red no puede sufrir líos ni enredos). El lance requiere su técnica porque la red, según el calado, tarda un tiempo en llegar al fondo y hay que ir por delante del pez para atraparlo: el objetivo es que red y pez se encuentren en el sitio adecuado y en el momento oportuno (y éstos los suele elegir el pez).
Es de agradecer la existencia de personas y asociaciones que han luchado y luchan por conservar viva esta práctica, tanto por los vericuetos legislativos como generando interés y estímulo en algunos pueblos, en particular, y en la sociedad, en general. Existen concursos de rall que, además de promocionar esa pesca, dan a conocer a verdaderos maestros en ese arte milenario. En el Grao de Castellón existe un monumento al rallaor, homenaje al practicante de tan digna modalidad de pesca que viene a rememorar, también, el rall.
Al ver rallar no puedo menos que imaginar un pulso, una pequeña lucha entre diferentes habilidades, pericias, talentos,… y, siendo en la mar, evocar esa pequeña gran obra de Hemingway, “El viejo y el mar”: siempre, siempre un Santiago y un pez (y… esperemos que muchos Manolines).
(*) Obra muy completa, escrita por Antonio Sañez Reguart en 1790, que nos describe perfectamente el esparavel utilizado, hace unos siglos, en la zona de la Albufera y nos detalla cuidadosamente su manejo y rendimiento. Aquí adjunto una lámina, imagen del contenido del libro.
A todos, ¡feliz jornada!
Todavía va a la playa.
ResponderEliminarCamina con el rall al hombro, como en la foto, y la mochila vacía.
Tampoco hoy lo he visto lanzar.
A lo mejor no lo hace nunca porque no quiere peces, sólo llenar el alma de olas y viento.
Por eso siempre lleva la mochila vacía de peces.