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lunes, 12 de septiembre de 2011

EL GUARDIÁN DE LA PLAYA


En nuestro habitual paseo, ayer por la tarde, pudimos observar en la zona sur de la playa a un muchacho que habiendo depositado en la arena un capazo de goma (de los que vinieron a sustituir, en el campo, a los denominados “de palma”), un recipiente de menor volumen y media docena de parrochas, se afanaba espetando una de éstas en la arena. El arte de la pesca consistía en sujetar cada sardinilla en la orilla, donde el agua cubría apenas 4 ó 5 cm., con un palillo largo clavado en la arena. Los diminutos pececillos que pueblan esta zona acudían en pequeñas bandadas a mordisquear el cebo, momento aprovechado por el joven pescador para arrastrar el capazo, tumbado previamente en el mar, hacia la playa con su carga de pececillos, sardina, palillo y… bastante agua; a continuación filtrar la pesca y recomenzar la tarea.



Al margen de lo discutible sobre el tamaño de la captura, me entran serias dudas sobre el rendimiento de esta fórmula pesquera: no creo que el pescador tuviera paciencia para acumular más allá de 125 / 150 grs. de pesca -¿equivalente al peso de la media docena de parrochas?- que, aún pudiendo ser un bocado exquisito, dudo que sea equiparable a la gambita, por ejemplo, y mucho menos al camarón.

Bueno, no está mal para pasar el rato…, si no fuera, repito, por el tamaño de la captura.

Hoy, en nuestro paseo matutino y aproximadamente en el límite norte de la zona nudista, hemos podido observar un pequeño barco pesquero, faenaba cerca de la costa y siguiendo una línea paralela a ésta; nos ha extrañado su proximidad, a estas horas, a la zona de baño, aunque lo cierto es que en esos momentos sus motores eran imperceptibles.



Un poco después casi tropezamos con el “guardián de la playa”: sentado sobre sus cuartos traseros, la mirada fija en la mar, sin importarle para nada los paseantes, el can vigilaba atentamente el baño de su dueño –imagino-; seguía atentamente las evoluciones del bañista sin moverse de la orilla con su pose de esfinge apenas animada por la respiración y los pequeños movimientos, casi imperceptibles, de pecho y cuello. Desconozco el nombre de la raza de este pequeño perro (estructura fuerte, orejas tiesas, ¿bulldog francés?), pero me ha parecido tan digno el animal que se ha ganado mi admiración, a pesar de que no soy muy amante de los perros de pequeño tamaño, y dejo constancia con unas fotografías.






Las virtudes de los perros son tantas y su dedicación al hombre tan profunda y exclusiva que han merecido muchas páginas de buenos escritores; poco que agregar aquí, por tanto, al respecto.

No obstante, quiero dejar un recuerdo de los perros que me acompañaron en algún momento de mi vida, los mastines Thor y Dacsa, por ejemplo, en la real; el cruzado Gris, en la ficticia.

Desde L´Ahuir, ¡feliz jornada!

1 comentario:

  1. No lo había vuelto a ver.
    El miércoles pasado había mala mar y allí estaba él: fuerte, importante.
    Parecía que la presencia del dueño iba ligada a la suya y no al contrario.
    Del dueño sólo se veía la cabeza entre las olas.
    Él, enseñaba fuerza, valentía, fidelidad y cuidado. Cuidaba de su dueño,
    o de su amigo o tal vez su compañero.
    Lo admiré.
    No lo he vuelto a ver.

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