PEQUEÑA
HISTORIA (OTRA)
Acodado en el extremo de la
barra del “Punto y Coma”, mientras
esperaba el café, leía yo los resultados de una encuesta que desvelaba
la eclosión de “Podemos”. Una extraña sensación me sobrevino con la sombra que
se dibujó sobre el diario; la voz que sonó a mis espaldas confirmó el peligro.
−¿Cómo estás? –lanzó SixtoMogrollo mientras se acomodaba a mi lado sin soltar el cubata de la mano.
−Bieeen –respondí con voz poco
convencida, al tiempo que, mirando en mi derredor, confirmaba mi nula
escapatoria.
–Tú me caes bien; por eso hoy te
voy a hacer un regalo –dijo todo serio, mientras yo no pude evitar cerrar los
ojos y musitar un “hágase tu voluntad”. –Sabes del futuro Nobel de Literatura…
–¿?
–Sí hombre, te doy una pista: el
único jurado del Premio Príncipe de Asturias que no es de aquí.
–¿?
–Bueno, el otro día, en el
aeropuerto, se le cayeron unos papeles. Tú sabes que siempre escribe en un
bloc, nada de ordenador... Pues bien, aquí tienes un relato manuscrito de… ya
sabes.
–No sé… qué decir.
–No digas nada. Tú me caes bien
–concluyó la “conversación”… y el cubata.
La estampa debía ser de traca:
Sixto que marcha, Jose, desde el otro lado de la barra diciéndome “lo siento,
no pude avisarte” y yo, abobado, mirando las hojas de bloc en mi mano, mientras
se me escapa un “más oro molido”.
Ahora, os envío la copia literal
de dichas hojas de origen… incierto y contenido un tanto… ¿extraño? (¡ojalá!).
Leedlo despacio, porque entre líneas se esconden los mejores deseos para el año
entrante: ¡FELIZ 2015!
Bot
i Bolera
CON UN
ADJUNTO PARA COMENZAR (BIEN) EL AÑO 2015
DICHOSO
ADÁN…
Había dos teorías: una era que
saltaban para cebarse con los mosquitos que sobrevolaban las aguas al atardecer
y la otra que lo hacían para escapar de peces mayores. Sentado frente a un brazo
del gran río antes de desembocar en el océano, mientras disfrutaba del
espectáculo con una cerveza en la mano, mi opinión al respecto era que mitad y
mitad. La misma para todas las disyuntivas desde que llegué a este territorio
–hace casi un año–.
Madrugaba y pescaba con los
lugareños, que me habían aceptado sin reticencias. Cobraba en especie. La
siesta, cuando no llovía, discurría plácidamente sobre un chinchorro colgado
frente a la choza donde vivía. La comida era poco variada pero rica. Otro tanto
ocurría con la bebida –cerveza y ron–. Las tardes fluían tranquilas haciendo
esto o lo otro, echando una mano acá o allá. Mis aptitudes para el bricolaje,
fontanería en especial, eran bien aprovechadas y siempre gratificadas por la
generosidad de aquellas personas: fruta, huevos, tasajo y… algún remiendo. Al
anochecer era habitual participar en la tertulia de la Morocha, cantina donde
se comía pastelillos de maíz y se tomaba aguardiente –en demasía, muchas
veces−.
Las jornadas de tormenta eran
aprovechadas con la lectura: viejos periódicos, sobados libros e incluso
singulares almanaques de remoto origen; todo material prestado y circulante.
Atrás había quedado la muerte de
Sara y… lo que vino después. Aquí, superada ya la primigenia sensación de
zozobra, vivía sin el miedo del fugitivo –…casi siempre−. Si no se mojó, la
mayor parte de esta gente había olvidado si llovió ayer y la totalidad si lo
hizo anteayer.
Los días transcurrían tranquilos
preñados de una agradable monotonía, solo alterada en el ecuador de cada mes
cuando llegaba el barco marino (el grande; los chicos era fluviales). Tenía mis
contactos en las dependencias portuarias y me enteraba de los pasajeros que
iban a desembarcar ese día. A pesar de ello, como los operados de cáncer,
sufría la angustia temporal de la víspera de la revisión, que no cedía hasta
que la nave zarpaba.
Aquella vez no fue diferente. Tan
solo una monjita y un vecino del pueblo bajaron al muelle junto con el correo y
la mercancía acostumbrada. Apoyado en un árbol esperaba la maniobra de soltar
amarras. La conocía de memoria e iba adelantándome con la mente intentando
acelerar cada una de las fases. En ese momento escuché cierta voz a mi espalda
y mi alma se quebró como una copa de cristal frente a un la de una soprano. “Hola
salado, ¿cómo estás?” Me giré hundido, como paciente ante el médico que le
comunica una recidiva. Allí estaba ella, aún disfrazada de monja. Viuda, como
yo, no cejaba en su empeño. Era evidente que para mí no habría escondite
posible, ni salvación.
Fue en defensa propia. Aunque nadie
iba a creerme cuando dijera que mi suegra me acosaba.
Lo dicho, que este 2015 sea un buen año,
al menos que no sea malo.
Para todos
(sincero, aunque sea repetirse).
(sincero, aunque sea repetirse).
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Las imágenes, por orden, proceden de
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