1.-La chispa…
…surgió cuando Gun,
mi querida compañera de clase, quedó finalista en el Concurso de Microrrelatos
de la Librería Cervantes. Leí la noticia en la Red y me apresté a
comunicárselo: llevó una gran alegría (y yo con ella).
Lo cierto es que el título de su relato, “El librero de rue Clément” (*), me llevó
a curiosear en Internet y encontré que en París, en la citada calle, en la
esquina con rue de Seine (nº 72) había existido la famosa “Librairie Espagnole”, regentada por un valenciano exiliado en las
postrimerías de la Guerra Civil Española.
2.-El
librero de rue de Seine / rue Clément
Antonio Soriano Mor nació en Segorbe
(Castellón) en 1913. A los quince años marchó a Barcelona, donde su hermano se
preparaba para militar, huyendo del deseo materno de que estudiara para ser
sacerdote.
En Cataluña creció, estudió, trabajó,
conoció el mundo de las juventudes socialistas y le sorprendió la Guerra Civil.
Enrolado en el ejército republicano, luchó en el frente de Aragón.
Cruzó la frontera a principios de 1939,
estuvo internado en el campo de concentración de Bram (Carcasone) y después trabajó
en la agricultura en la zona de Bourges. En junio de 1940 escapó hacia el sur, por
causa de los nazis, y se instaló en Toulouse. En esta ciudad trabajó en
diferentes oficios hasta que se convirtió en librero. En el verano de 1947
recibió una carta de la cuñada de Luis Buñuel, Georgette Rucar, donde le
animaba a hacerse cargo de una vieja librería de París. Soriano aceptó el reto
y se presentó allí con una maleta repleta de libros y poco más. Inició su
actividad en una pequeña habitación, situada en el segundo piso del número 48
de la rue Mazarine. Al poco tiempo se trasladó al local de una vieja librería
en la misma calle y a principios de 1950 se instaló por su cuenta en el
definitivo establecimiento de la rue de Seine, esquina con rue Clément.
A partir de ese momento, la actividad del
valenciano fue arrolladora. Se movió con esfuerzo, cariño y habilidad en el
mundo del libro español (por ejemplo, compró a la Universidad de la Sorbona los
derechos exclusivos de las publicaciones en castellano), tanto el editado en
España, en Hispanoamérica como en Francia (él mismo se constituyó en editor).
Pero su labor no se circunscribió al mero
mundo comercial, siempre trabajó con la idea de expandir la cultura hispana
entre propios y ajenos. Parodiando a Machado Soriano repetía por doquier: “Mi patria es la tierra
que yo labro, no la tierra que yo piso”, y aclaraba que pisaba Francia pero
labraba por España porque era su cultura y su vocación. Por ejemplo, en febrero
de 1959, junto con un grupo de hispanistas como Couffon, Marrast y de la
Souchère, organizó un homenaje a Antonio Machado en Collioure.
Hay que tener presente que, al contrario
de otros libreros escapados del régimen franquista, Soriano no conocía el
oficio antes de pisar tierras galas; lo que sí arrastraba era un gran pasión
por los libros, a los que conocía (había ejercido de bibliotecario) y amaba.
Tras
la muerte de Franco realizó varias visitas a España, especialmente a Barcelona
y Segorbe donde tenía familia, amigos y recuerdos.
En 1989 escribió Éxodos, un libro que recoge el testimonio oral de un montón de exiliados
españoles. En él deja constancia de la diáspora republicana y su penuria en los
campos de concentración franceses.
En 1994, se le concedió el premio León
Felipe que otorga la Fundación de este poeta. El estado español, en 1996 le
impuso la Encomienda de la Orden del Mérito Civil, otorgada en reconocimiento a
su trayectoria profesional. En 1998 la ciudad de Segorbe le nombró Hijo
Predilecto.
Es obligado citar aquí a Dulcinea
Doménech, esposa y compañera de tantos avatares en la lucha continua e inacabable
de este español.
Antonio Soriano Mor falleció en Paris en
octubre de 2005 a los 92 años de edad. Hasta el final mantuvo siempre su
compromiso con la cultura y la democracia.
En noviembre de 2008, la ciudad de París homenajeaba
al ilustre librero en presencia de intelectuales, políticos y diplomáticos
franceses, españoles y latinoamericanos. El acto comenzó ante el número 72 de
la Rue de la Seine, y continuó, en la sede de la embajada de España.
3.-“La librairie espagnole”
Con la entrada en el nº 72 de la rue de
Seine y su mayor fachada en la pequeña rue Clément, este local fue durante más
de medio siglo, además de una digna librería, un referente de la cultura
española en París. En la primera época era el punto de cita, además de
exiliados españoles, de viajeros ocasionales o desterrados, que acudían a
conocer la literatura prohibida y a respirar aires de libertad. También la
visitaban destacados miembros de la élite cultural francesa. Siempre había,
como postre, una buena conversación alrededor de un café.
El ambiente cálido que se respiraba en el
lugar y la especial cordialidad del librero eran un atractivo para todos los
visitantes. La trastienda fue testigo, además de una animada tertulia semanal
durante años, de un rico y constante germinar de ideas y proyectos tanto
culturales (literarios sobre todo) como políticos.
La lista de habituales a la “Librairie
Espagnole” sería larguísima y, seguramente, incompleta. Valgan algunos nombres
como ejemplo. Escritores franceses amigos de la España republicana: Bataillon,
Camus, Cassou, Gabastou, Marrast, Proudon,… Escritores
españoles exiliados: Alberti, Arrabal, Aub, Ayala, Cernuda, de Otero, Tuñón de
Lara,… “Viajeros”: Martín Gaite, Goytisolo, Matute, Vázquez Montalbán, Mesa, Santos,
de Azúa, Artxaga,… Pintores y escultores: Pepillo Díaz, Baltasar Lobo, Peinado,
Orlando Pelayo, Picasso,… Escritores hispanoamericanos: Roa Bastos, Cortázar,
Vargas Llosa, García Márquez, Monterroso, Neruda, Zoé Valdés,… Políticos (de
manera discreta) como Carrillo o Semprún. Y etc., etc., etc.
En
2004, las circunstancias inmobiliarias del Barrio Latino, con un fuerte
incremento de alquiler, obligaron a levantar la sede, después de medio siglo
largo, de la Librairie Espagnole para trasladarse a Montparnasse (7 de la rue Littré),
donde no duró mucho tiempo (los hijos de Antonio evitaron que su padre
conociera la noticia).
En 2008, en el homenaje parisino al
fundador de la Librairie Espagnole, coincidiendo con el 60º aniversario de
ésta, el embajador de España descubrió una placa en su honor frente al 72 de la
rue de Seine.
En
la actualidad, Sonia, hija de Antonio, prosigue su labor desde Internet.
A todos, todos, ¡feliz mes de las flores!
(a pesar de los invernaderos)
___________________________
(*)Aquí
incluyo el citado microrrelato, sencillo y delicioso él.
EL
LIBRERO DE RUE CLÉMENT
He leído desde que
puedo recordar. Durante algún tiempo los clásicos juveniles aplacaron mi voraz
apetito. Pero pronto tuve que hacer uso de todo tipo de artimañas para tener
acceso a la biblioteca de mi abuelo paterno. Fue mi perdición.
A
los 8 años, mi madre, desesperada, me llevó a uno de los más distinguidos
psiquiatras de la ciudad. La visita fue un fracaso. Yo salí tal cual había
entrado y mi madre, llorando, con una receta de Valium en la mano. “Es la edad,
Señora. Pronto se dedicará a otra cosa”, fueron las palabras consoladoras del
Dr Schwarts.
Nunca
me dediqué a otra cosa. A los 22 había leído 16.487 volúmenes y entré en el
Libro Guinness. Ver el nombre de su hijo
en tan prestigioso libro mitigó el sufrimiento de mi madre. Creo que fue la
única vez en la vida que le di una alegría.
Un hecho que me sorprende sobremanera
es que logré casarme, tres veces nada menos. La verdad es que en mi juventud
estaba de bastante buen ver y mis lecturas me habían enseñado mucho sobre el
arte del amorío. Pero no hay mujer que aguante un hombre como yo. Vergüenza me
da admitirlo, pero hasta en los momentos más íntimos tenía un libro a mano.
Con
la herencia de mi abuelo abrí una tienda de libros antiguos. En realidad no
podría haber desempeñado otro oficio. Entran pocos clientes, y he podido pasar
el tiempo entre estos anaqueles,
entregado a mi gran pasión. Últimamente mi única compañía es un viejo gato y
Madame Pouchel, que quita el polvo y me trae un plato de caldo de gallina en
los días fríos del invierno.
La señora de la limpieza encontró el cuerpo del librero Henri Demarc, de 79 años, muerto en extrañas circunstancias. “¡Fue espantoso!”, declaró. Abrí la puerta de la tienda y allí estaba el pobre hombre, tendido sobre el mostrador en un gran charco de tinta.
Gun Larsson
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