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de abril (martes):
Día Internacional del Libro. Hoy, por motivos varios, voy
a permitirme llenar esta hoja del Bloc con un microrrelato. Su gestación fue
difícil: el feto se cimentó sobre una buena idea (a mi entender), pero creció
mucho y el cuello del útero no permitía el paso de más de 150 palabras, hubo
que podar y eso, ya se sabe, no es cortar de cualquier manera una u otra rama
de no importa dónde. Al final se parió como se pudo, intentando mantener la
secuencia numérica, y la criatura, bueno, quedó así:
UN, DOS, TRES… ¿SOLO NÚMEROS?
Entre aquella aglomeración, solo una
persona me atraía y, aunque tus dos ojos me turbaban, los tres hoyuelos de tu
sonrisa me chiflaron. Un vértigo me sobrevino cuando dos besos tuyos me
embriagaron y, al final, el encanto se rompió con tres avisos de la megafonía de
la estación. Un centímetro de vidrio nos separaba las dos manos, dentro y fuera
del tren, antes de que tres pitidos nos distanciaran.
Sentado sobre un raíl, entre dos lágrimas, vi volar tres
gorriones con trayectorias espacialmente iguales pero temporalmente diferentes.
Pensé en una posible ecuación de orden dos y grado tres que definiera… ¿su
vuelo?, no, tu vuelo. Escapóseme(*) una idea y dos hombres de blanco en tres
minutos me secuestraron.
Ahora, aquí reina un gran sigilo apenas turbado
por dos pastillas cayendo tres veces, diariamente, en el vaso. Solo queda un
pensamiento, tú, y nuestros dos silencios: los tres… eternos.
A
pesar de todo, a todos, felicidad y suerte, mucha suerte
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(*) Aunque mi compañero Microsoft no quiere admitirme
como correcto el vocablo, éste es adecuado. Ya en el Siglo de Oro nuestros
escritores lo utilizaban; Tirso de Molina, por citar uno de los grandes, y
antes Baltasar de Alcázar, de quien incluyo un simpático poema:
Salir por pies
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Mostróme Inés, por retrato
de su belleza los pies;
yo la dije: -Eso es, Inés,
buscar cinco pies al gato.
Rióse, y como eran bellos,
y ella por extremo bella,
arremetí por cogella,
y escapóseme por ellos
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Baltasar del Alcázar (Sevilla, 1530 – Ronda, 1606) fue el sexto hijo de don Luis del Alcázar, jurado del
cabildo municipal de Sevilla. Fue militar, llegando a alcaide del castillo y villa de Los
Molares. Murió sin haber publicado ninguna de sus
poesías (como ahora). Éstas se conservan gracias a las copias de un solo manuscrito, hoy
perdido, que confeccionó el pintor Francisco
Pacheco, quién también dibujó el único retrato que se
conoce de él.